miércoles, 29 de julio de 2009

Ajedrez


Clemente era alto, rubio, ojos marrones. Andaba por la vida con esa actitud de observador encubierto. Frente a sus amigos bromeaba, mostrando con elegancia un perfil desinteresadamente atento. Ametrallaba los silencios con comentarios incisivos, punzantes, acidos, graciosos. Y los amigos se descostillaban de la risa, lo que alimentaba el animo bromista de Clemente, y el ego se le ponia barrigon.

En su cabeza, mientras tanto, se llevaba a cabo una conversación paralela. Trataba de no prestarle atención, para no desatender la conversación de afuera, pero a veces se le hacia imposible. No porque hablaran los unos con una voz mas fuerte que los otros, sino por los enrosques que llevaban los tópicos a cerca de los que se hablaba en uno y otro lado.

Tres cosas odiaba con pasion Clemente: los granos en la cara, los telefonos y que le recordaran que su edad era la edad de Cristo, y a continuacion se enumeraran todos los personaj celebres es que murieron a los treinta y tres años.

Trabajaba para una empresa de transporte, repartiendo encomiendas, cosa que hacia con enorme placer. Adoraba descubrir expresiones nuevas cada vez que tocaba a una puerta. A la gente le gusta recibir encomiendas, pensaba, y a mi me gusta entregarselas.

Lo que lo mantenía todo el día tan activo, era lo mismo que lo impulsaba cada vez que recorría los pasillos de la compania hasta la soledad.

El resto del tiempo libre se observaba a si mismo, escuchaba los murmullos de las conversaciones a las que asistía Clemente y emitia opiniones tanto respecto de una conversación como de la otra.

Entonces era cuando, soltando definitivamente su atención de la conversación de afuera, comenzaba a cuestionarse la actitud de estar emitiendo juicios de valor. Después de tanto camino recorrido, despues de tanto ensayo, de tanta prueba, venia el error. Y de nuevo golpeaba la palma de su mano contra la frente.

Y de manera imperceptible, aunque constante, también se desvanecía la atencion de la conversacion interna. Entonces solo quedaban la observación, los murmullos y los juicios de valor. Y los cuestionamientos por la actitud de estar emitiendo jucios de valor.

Y los enrosques. Y los enroques.